El Fútbol es una de las más evidentes expresiones de como funciona el ser humano y se acaba de expresar con la efímera aparición en escena de un proyecto ambicioso y moderno llamado Superliga que con un grupo de 12 poderosos clubes a la cabeza proponían un cambio de estructura con el fin de solventar las pérdidas y mejorar un producto que ha dejado muy golpeado la pandemia y las malas administraciones financieras de los entes que manejan este deporte.
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Los atrevidos propusieron un molde diferente con el objetivo de hacerlo más atractivo y de paso facturar más dinero. Sí. Sin tapujos, el fútbol es una de las empresas más poderosas de la tierra que emplea a más de mil millones de personas y que cuenta con cerca de 5,000 millones de aficionados. De la cifra, según la propia versión de Florentino Pérez, presidente del Madrid y titular de la Superliga, 4,000 millones de seguidores pertenecen a los 12 equipos inicialmente fundadores del proyecto.
A ese público iba dirigido el mensaje del nuevo Torneo que de paso se garantizaba una catarata de dinero para financiar su rodaje y su subsistencia aparte de generar solidaridad económica al resto del fútbol asociado.
El anuncio de por si ya fue un terremoto y el comienzo de semana lo vivimos con un bombardeo informativo en la que el llamado “establishment” aturdido y tambaleante pidió auxilio a gobiernos, medios de comunicación y aficionados vendiendo la idea como perversa y enemiga del Fútbol.
¿Cómo detener a los poderosos ricos que intentaban un “golpe de estado” a la UEFA? Fácil. Con políticas muy reconocidas por estos días y con las que se hizo presidente y quiso perpetuarse en el poder Donald Trump: Desinformación.
Desde los medios veíamos y escuchábamos cualquier infundio sin conocimiento. Que “se va a acabar el Fútbol”, que “desaparecerán”, “que la competencia por mérito ya no existirá más”, “que solo pretenden enriquecerse algunos” solo por citar las repetidas frases de cajón y clichés tomados a la ligera para pretender sentirse informados.
El aficionado de a pie como los primeros ministros todos opinaron sin leer el proyecto. Compraron frases hechas y la maquinaria de la desinformación se convirtió en caos.
Lo cierto, a mi juicio, es que con el derrumbe del proyecto por la huída inicial de los ingleses (El “Big Six“) y la posterior comunicación del Atletico de Madrid y del Inter de Milan, el proyecto quedó reducido a cuatro equipos y parece desaparecer tras la avalancha de criticas de una oposición manejada por la cúpula de la UEFA.
¿Para qué firmaron? ¿Para qué se reunieron? Y, ¿para que lo anunciaron, si 48 horas después de presentar a la Superliga aparecerían en el horizonte como Super Cobardes?
Asustados o sobornados, lo segundo no lo podemos afirmar aunque corren los rumores (Mundo Deportivo) de un ofrecimiento económico de UEFA para que los ingleses abandonaran el proyecto.
Triste final para una idea que pretendía regalarnos otro torneo con los mejores compitiendo como lo demanda el moderno mundo de unas comunicaciones que ahora habita en el iPhone o en el iPad y que ha venido huyendo de la lenta evolución de la tradicional Champions, según las propias palabras de Florentino Perez.
No quiero volver a oír a los dirigentes y los aficionados que tanto presionaron ahora, en el inmediato futuro, quejarse del monopolio y los malos manejos de la UEFA y de la FIFA. Cuando se tuvo la oportunidad histórica de generar un cambio, siguieron por pánico enamorados de sus secuestradores y permitiéndoles que desde dos oficinas en Zurich y en Nyon sigan tiranizando al fútbol como deporte.
La UEFA gestiona y vende los derechos de los equipos y unilateralmente decide cuánto redistribuye y no conforme con ello, además los regula con cero aporte y con la materia prima, jugadores, infraestructura, costos de mantenimiento y todos los gastos asumidos por los equipos.
Por eso siempre encontré legal y viable el proyecto Superliga. Vivimos en una economía de mercado y el Fútbol es una empresa más y con derecho a generar competencia. Que debería tener más lugar para la meritocracia deportiva, sí, pero no es un delito querer competir contra alguien que se está usufructuando de una propiedad y aparte de eso la legisla.
El mismo caso de la FIFA, sin los jugadores no podría montar cada cuatro anos su Mundial de Futbol, pero ¿quién le paga a los jugadores? Los equipos. Y ¿quién cobra las regalías y derechos de los Mundiales? La FIFA. Lindo negocio que sensibiliza al aficionado vendiéndole con cinismo comercial su himno y su bandera.
La única verdad a esta hora es que la Superliga se esfumó en muy poco tiempo, pero porque el propio Mundo del Fútbol demostró que está más vigente que nunca el Síndrome de Estocolmo. Enamorados de sus Secuestradores.