La final del Mundial 2014 encontraba a la Argentina en lo que parecía ser una cita con la historia, como en una trama perfecta de Hollywood. Ahí estaba, . el mejor jugador de fútbol del mundo de la última década ante la posibilidad de pagarle aquella vieja deuda a su camiseta nacional, al número de Diego y a la historia de Maradona.
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La mesa puesta no solo desde el perfecto guion, sino por el gran rendimiento de la Albiceleste que llevaba 400 minutos sin recibir un gol en el arco del Chiquito Romero.
Enfrente estaba Alemania, con Klose encumbrado en la tabla de goleadores de esa Copa y de la historia de los mundiales. Estuvimos ese día en el Maracaná y recordamos clarito en el primer tiempo una definición fallida de un muy disminuido Messi que en otro estado de ánimo seguro hubiera cambiado por festejo, después el gol bien anulado de Higuain en el arco de Gigghia y a remar de nuevo.
A todo esto, llegó el segundo tiempo, Klose se fue de la cancha con más pena que gloria y en su lugar ingresó Götze, y Schürrle hizo lo propio por Kramer. Özil con su frialdad genial monopolizó el balón, Messi acabó de desaparecer, y Alemania abrió la cancha y los dos cambios torcieron el destino de aquella historia que estaba escrita para Leo.
Schürrle desbordó ancho y mando un centro entre dos jugadores azules, que llegó a Götze, quien con altura de duende apareció en el ventrículo izquierdo del corazón del área, acolchonó el balón en el pecho y en el mismo gesto cruzó de zurda para poner el definitivo 1-0.
Festejo sobrio alemán, pero con la seguridad de que ya eran campeones del mundo y que, gracias a Súper Mario, “el fútbol seguía siendo un juego que inventaron los ingleses, donde siempre ganan los alemanes”
Abrazo de gol
Leo Vega