Temprano comenzó su meteórica carrera. Andorinho, equipo infantil de Santo Antonio, lo vio llegar a los siete años y ese sería el disparador de una increíble trayectoria, que solo parece tener techo en las estrellas, las mismas con las conversaba en su niñez en su hermosa isla de Madeira y a las que confesaba sus sueños.
Nacional Madeira lo conquistó a los diez años y a los once ya era precio record para su edad adquirido por el Sporting de Lisboa.
Nunca es fácil salir a buscar un futuro a tan corta edad jugando a ser hombre, sufrió desde la soledad hasta las burlas de sus nuevos compañeros, a los cuales les prometió que un día sería el mejor jugador del mundo. Pasó hambre y fue gracias a unas “hadas madrinas”, trabajadoras de un McDonald’s cerca de donde vivía en Lisboa, que algunas noches él y sus compañeros del modesto apartamento que compartían, se acostaron con el estómago lleno.
Fue llamado al debut profesional a los diecisiete años nada menos que en la Champions, parece que fue hecha para él, llegaron rápidamente los goles en primera y un partido amistoso ante el Manchester United, donde por supuesto brilló, fue la excusa perfecta para que el equipo inglés se hiciera de sus servicios a los dieciocho años.
El éxito irremediable en el elenco de Sir Alex Ferguson hizo que el Real Madrid pagara 80 millones de dólares por él, precio record para la época y el chico que salió de Madeira a sus once años, cumplía el sueño de usar la camiseta número 7 que un día portara su ídolo, Luis Figo.
La gloria deportiva y Cristiano parecen haber sido inscriptos al nacer con la misma pluma, cinco Champions y cinco balones de oro, junto a la conquista de Europa con su selección, son solo a groso modo una referencia impresionante de las cosas que ha ganado, individual y colectivamente, en estas últimas siendo “individualmente determinante” siempre.
Haber coincidido con Leo Messi en el momento que le ha tocado vivir en el fútbol, hizo que encontrara en esa batalla sin cuartel con el argentino, la motivación perfecta para cumplir con lo que le había prometido a sus compañeros del Sporting, “ser el mejor jugador de fútbol del mundo” y en cinco oportunidades lo logró.
Tuvo que hacerse duro casi a la fuerza, a temprana edad, siendo ya jugador profesional, recibió la peor noticia de su vida, su padre, víctima del alcoholismo, había perdido su batalla contra una insuficiencia renal, provocada por dicha adicción.
Ahí se recibió de hombre por segunda vez, la primera fue a los once al abandonar su familia, sus amigos y su Isla y se transformó, a la distancia, en el hombre y sustento de su casa.
Mientras tanto pasó el tiempo y la vida parecía haberlo depositado hasta el día de su retiro en el corazón del Bernabéu uniformado con el impecable y blanco “manto sagrado” del Real Madrid.
Zidane, siempre Zidane, había no solo estirado su éxito, colocándolo en su nueva posición de centro delantero, sino que además había recortado cada uno de sus recorridos ofensivos en treinta metros, al adelantarlo en el terreno, ubicándolo por consiguiente mucha más cera del gol.
Las Tres Champions ganadas al hilo por Zinedine fueron, por lo menos en un alto porcentaje, gracias a él.
La vida y Florentino Pérez, lo obligaron a buscar nuevos desafíos, recaló en la Juve y allí cumplió hasta hoy con el mandato histórico, brillar, golear y ganar campeonatos.
Dueño de un dribling a velocidad casi imposible de detener, perfeccionó la potencia y la dirección del tiro, tanto, como la capacidad física para saltar, suspenderse por un segundo en el aire y sacar un cabezazo casi con la misma fuerza y precisión, del mejor de los remates de su pierna diestra.
Armado tan solo de la habilidad necesaria, pero sin sobrarle mucho para maravillar con su magia, es sin duda el más efectivo delantero del planeta, pero, además, el jugador más atleta del continente y el vencedor por naturaleza más seguro de sí mismo y de sus metas en todo el “sistema solar”, donde brilla con luz propia.
No tiene la habilidad de Messi, pero se las ha arreglado para no dejar dormir al argentino ni una noche en paz, principalmente en la víspera de la entrega del Balón de Oro. Por si todo esto fuera poco, además ha sido exitoso con su amada selección, cosa que el “10” del Barça nunca ha podido alcanzar, situación que lo ubica para siempre en la categoría de leyenda.
Acaba de cumplir 35 años hace un par de días, es cierto, nunca fue comparado con Pelé o Maradona como le ha sucedido a Leo, pero no caben dudas que este portugués, transformado en el prototipo del jugador del futuro, es dentro de la histórica del Club más grande de este mundo, el verdadero heredero de la Saeta Rubia, el gran Alfredo Di Stefano, en el altar de sus Dioses.
Abrazo de Gol, Leo Vega