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Definitivamente a nivel de contenidos de vídeo o televisivos, el documental “The Last Dance” de ESPN marcó un capítulo inolvidable y nos mantuvo expectantes de principio a fin. Para los que lo vivimos, fue la oportunidad de recordar la grandeza de los Bulls de Michael Jordan y conocer la interna de una etapa que marcó la historia del baloncesto y que tuvo un poco de todo en lo deportivo y en lo humano.
Para las nuevas generaciones fue la oportunidad de ratificar un capítulo que no vivieron, pero del que les hablaron y mostraron todo lo que pudieron del para muchos mejor de la historia.
Nos quedó claro que en el trato con sus compañeros, Michael Jordan no era el más simpático ni el más amigable y que por el contrario, llegaba hasta la crueldad y el abuso para -según él- sacar lo mejor de ellos en pro del equipo.
El puñetazo a Steve Kerr, la denuncia sobre Horace Grant, entre otros, nos hablan de un temperamento bastante difícil que en su obsesión por ganar y quedar en la historia no temía llevarse por delante a cualquiera.
También vimos al Jordan humano que le escribía cartas a su mamá, que lloró desconsolado por la muerte de su padre y nunca dejó solo a uno de sus agentes de seguridad que padecía de cancer.
Si bien no conocíamos a ese Jordan poco amigable y poco tolerante, si sabíamos de su disciplina y competitividad a prueba de fuego.
Pese a que muchos no estamos de acuerdo ni justificamos para nada el maltrato, creo que el Jordan que vimos tiene la misma combinación de cualidades y defectos de muchos de nosotros. Es eso, un ser humano que le saco todo lo que pudo a su talento sobre la duela.
Pese a que muchos habrán cambiado su concepto o se desilusionaron esperando un Jordan diferente, la imagen después de “The Last Dance” es la misma que hasta ahora, la del jugador más grande en la historia del baloncesto.