La final de la Copa Libertadores dejó un partido verdaderamente de infarto y el segundo gol de Gabigol en el minuto 92’ me trajó a la mente un déjà vu algunas imágenes imborrables, el gol del “Matador” Aguirre cuando el América de Cali y sus hinchas contaban en retroceso los segundos para dar la vuelta, apareció Diego y lo liquido para hacer llorar largamente a dos países, uno de tristeza y a otro de plena alegría.
Y voy más atrás en el tiempo y es la bella Santiago de Chile testigo del tercer partido donde se definía la gloria, River ganaba dos a cero y llegó Peñarol, si otra vez Peñarol, otra vez los uruguayos como decía el gran periodista chileno Pedro Carcuro, se lo empató faltando pocos minutos y en el alargue, con el brilló de esos dos grandes delanteros de ébano, el peruano Joya y el ecuatoriano Alberto Spencer, sumados a la maestría del verdugo uruguayo Pedro Rocha se lo dieron vuelta y lo volvieron a hacer.
Ahí nació el apodo de gallinas para los jugadores millonarios que los persiguió hasta que llegó el más grande conductor que ha tenido River Plate, Marcelo Gallardo.
El Muñeco, como se le conoce mundialmente, volvió para dirigir al equipo de sus amores después de haber terminado su carrera como jugador en Nacional de Montevideo e iniciar ahí su camino como estratega.
Por ende, Enzo Francescoli, presidente deportivo del Millonario siguió muy de cerca su arranque y pudo leer sin posibilidades de error que era el hombre para devolver a la Institución a los primeros planos del continente y además borrar para siempre la mancha del descenso y el feo mote.
Ni el propio Enzo podía imaginar que Marcelo iba a llevar al equipo a quince finales, si escuchó bien, quince y que lo subiría al podio de América en dos oportunidades, una Sudamericana y tres Recopas continentales entre tantos otros logros.
Pero no sólo le devolvió títulos, volvió a jugar el fútbol que le gusta al hincha de River, el más exigente a la hora de poner a degustar su paladar futbolístico. Y por si esto fuera poco, ganó la final más importante de todas las jugadas hasta hoy, primero por el rival Boca Junior y luego por el majestuoso escenario donde ocurrió, el histórico Santiago Bernabéu.
Madrid fue testigo de cómo River vencía a Boca y se sacaba para siempre el yugo de la paternidad xeneixe y hundía en el fondo de la historia vestido con visos de cobardía a un taura, como dice el tango, que hasta ahí había hecho la “pata ancha” cual malevo del bajo porteño en cada parada donde la “hombría” estaba en juego.
Por eso creo que gallinas nunca más, pero después de limpiar el honor del histórico River Plate, ahora debemos hacer el merecido honor a quien se lo merece.
Flamengo, copetudo equipo carioca, el más popular de Rio y uno de los más grandes de Brasil había esperado más de tres décadas para volver a abrazar y besar a la más bella y deseada de América a nivel de clubes, la Copa Libertadores.
Vuelvo en el guion al final ya contando de la película, para resaltar la grandeza espiritual debía ser inmensa para matar al mejor equipo en muchos años.
Cuando parecía que River volvía como por inercia a festejar, apareció el uruguayo De Arrazcaeta, que se barrió en el área rival, cual, si fuera en la suya propia, para evitar no solo que el balón se fuera de la cancha y con él los sueños rubro negros, sino que además en un solo gesto técnico, físico y anímico le sirvió la pelota a Gabriel para el empate.
Explotó el carnaval de Rio a orilla del Rímac en la antigua y bella Ciudad de los Reyes, como se le conocía a Lima en la época de la colonia y lo invitó a subir varios escalones para encontrarse con el segundo gol del cuñado de Neymar que desataron la locura total en todo Brasil.
Por esta hazaña llevada a cabo por el Flamengo, debemos de reconocer que hoy, después de hacer una brillante fase previa, en esta final queda demostrado que el Fla es sin dudas el mejor hoy en todo el continente, pero sobre River debemos justamente coincidir de que “gallinas nunca más”.
Parabems Flamego, hasta la vista River
Abrazo de gol, Leo Vega