“Amigos aficionados al fútbol, muy buenas noches, bienvenidos a una edición más de Dos en el Área”.
Esta frase la escuchaba a diario en la radio que mi papá tenía junto a su cama. Juntos, mientras veíamos algún partido en la televisión, escuchábamos Dos en el Área. El programa del ingeniero José Luis Lamadrid.
Un día le rogué a mi papá para que me llevara a Radiomil para ver cómo se hacía aquel programa que duraba una hora y donde el “inge” comentaba el fútbol mexicano e internacional acompañado por varios reporteros que estaban con él en la mesa. Por fortuna, el ingeniero era amigo de mi padre así que no fue difícil arreglar la visita. Ese día cambió mi vida, tanto que supe a lo que me quería dedicar para el resto de la misma. Sé que soy un afortunado. No es común que alguien pueda vivir de su pasión. Yo sí. Y todo comenzó ese día. Me enamoré de la radio.
Mi primera imagen de José Luis Lamadrid fue verlo sentado en la mesa esperando en los segundos previos a empezar la transmisión. Con los audífonos a medio poner, un periódico en una mano y su puro en la otra. En una cabina de radio no se permite fumar. Al ingeniero le daba lo mismo, él fumaba su puro y nadie podía decirle nada.
A los 18 años me dio mi primer trabajo. Yo contestaba las llamadas que entraban al programa y ayudaba en la producción marcándole a los corresponsales que teníamos fuera de la Ciudad de México. Ganaba dos mil pesos al mes, algo así como cien dólares. Aunque bien lo pudiera haber hecho gratis. Estar en la cabina todos los días, salvo los sábados que era el único que no se transmitía el programa, me dejaba más que todas las clases de periodismo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en donde acababa de entrar.
Ahí nunca llegué a ser reportero o a compartir la mesa con el ingeniero para hablar de algún tema. Mi labor era en la producción, en hacer la investigación y leer al aire el “partido histórico” que era dar la reseña de un encuentro que se había jugado hace ya algún tiempo y que el “inge” después comentaba hablando de casi todos los jugadores que habían estado ese día en la cancha. Ahí debuté en los micrófonos.
En cuanto al trabajo José Luis Lamadrid era muy estricto y tenía un carácter muy fuerte. Si algo no le parecía (o te atrevías a pedir vacaciones) te llevabas a la casa una serie de palabras muy fuertes. Lo más tranquilo era alguna mentada de madre. Aunque todos sabíamos que al día siguiente las cosas iban a ser como si no hubiera pasado nada. Le agradezco que haya sido tan duro siempre buscando lo mejor para el programa. Ese tipo de cosas no se enseña en ningún aula.
Estuve solamente dos años en Dos en el Área, pero me ayudó para el resto de mi vida. Cuando Radiomil se mudó de Insurgentes Sur a Santa Fe se me hizo imposible viajar desde Xochimilco, además de que tuve la oferta de ir a trabajar a MVS y seguir en la radio en Estadio W. Seguí en contacto con el ingeniero hasta hace algunos años cuando su salud empeoró.
Cuento esta historia desde mi experiencia para dar una idea de lo que significó para muchos de nosotros José Luis Lamadrid. A esta altura sabemos lo que hizo en la cancha. Primer mexicano en convertir un gol en un mundial disputado en Europa. Estar a un paso de ser fichado por el Barcelona. Ser goleador en el fútbol mexicano. Pero lo que dejó fuera de la cancha para mí es lo más valioso.
Dos en el Área fue la escuela de muchos de nosotros, ya sea que fuera nuestra primera experiencia o el trampolín para ir a un medio más grande. De los más mediáticos que pasaron por el programa se encuentran Francisco Javier González, Rafael Puente, André Marín, Ciro Procuna, Carlos Ponce de León, Eugenio Díaz, por nombrar solamente a algunos.
El domingo pasado Hugo Carreón, amigo y colaborador de Unanimo Deportes, me habló para darme la noticia del fallecimiento del ingeniero. Sentí como si fuera la muerte de algún familiar cercano. Tenía mucho tiempo que no hablaba con él, pero sabía que cualquier cosa que necesitara ahí estaría para darme algún consejo o una buena regañada según fuera el caso.
Hoy puedo escribir esta columna gracias a que el ingeniero creyó en mí hace casi veinte años y eso nunca lo voy a olvidar. Prometo dedicarle cada triunfo laboral que tengo ahora y que tenga en el futuro.
Siempre le hablé de usted. Nunca pude tutearlo. El respeto que generaba era asombroso.
Gracias por todo, ingeniero. Hasta siempre.