Lapuente nació el 15 de mayo de 1944 en Puebla de Zaragoza, México. Su carrera como jugador comenzó en 1964 con el club Monterrey, pasó por Necaxa, Puebla y finalizó su etapa activa en Atlas en 1975. Su carrera como jugador comenzó en 1964 con el club Monterrey, pasó por Necaxa, Puebla y finalizó su etapa activa en Atlas en 1975. Aunque su legado como jugador fue respetable, la grandeza de Lapuente estaba aún por venir desde el banquillo.
Tras colgar los botines, Lapuente comenzó su camino como entrenador profesional con Puebla en 1978. Allí forjó su identidad como técnico: equipos sólidos, mentalidad ganadora, disciplina táctica. Con Puebla ganó la Liga MX en las temporadas 1982-83 y 1989-90, marcando el inicio de una trayectoria llena de títulos. Posteriormente, en el club Necaxa, Lapuente consolidó uno de sus momentos más prolíficos: logró el bicampeonato de liga consecutivo en 1994-95 y 1995-96. Luego, ya con la mirada puesta en el club más grande del país, dirigió a Club América y rompió su sequía de 13 años sin título al coronarse en el Verano 2002. Su recorrido en clubes demostró que podía construir equipos con ambición, carácter y eficacia.
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El padre de “lo imposible” para México
El legado de Lapuente se mide también por lo que logró con la selección nacional. Dirigió al Tricolor en dos etapas y su segunda (1997-2000) es recordada como una de las más exitosas. En 1998 ganó la Copa Oro de la Concacaf, y al año siguiente condujo a México a la gloria al levantar la Copa FIFA Confederaciones 1999 tras vencer 4-3 a Brasil en el Estadio Azteca. Esa victoria es considerada el “milagro” del fútbol mexicano: un título internacional sénior ante una potencia mundial, cimentado con orgullo, talento nacional y la claridad táctica de Lapuente. Su estrategia no se basaba en estrellas infladas, sino en equipo, orden y mentalidad ganadora.
Una herencia imborrable y emocional
El 25 de octubre de 2025 el fútbol mexicano se vistió de luto: Manuel Lapuente falleció a los 81 años.Más allá de los números, su huella es la de un técnico que abrió caminos, que creyó en jugadores que muchos descartaban y que dejó un cuerpo técnico, una escuela, una forma de ver el juego que perdura. Desde Puebla hasta la selección, su nombre quedará asociado a la ambición nacional, la superación y el triunfo frente a lo inesperado. En cada banquillo, en cada final, en cada desbordamiento táctico, se verá su legado: el del técnico que convirtió lo improbable en victoria.
Manuel Lapuente no solo dirigió equipos, los transformó. Donde otros veían limitaciones, él veía posibilidades. Su nombre quedó grabado en la historia del fútbol mexicano el 4 de agosto de 1999, cuando la Selección venció 4-3 a Brasil en el Estadio Azteca para levantar la Copa Confederaciones. Aquel día, México no solo ganó un trofeo: conquistó su lugar entre los grandes.
“Nos enseñó que con orden y corazón se puede vencer a cualquiera”, recordaba Cuauhtémoc Blanco años después. Lapuente, con su tono pausado y su mirada analítica, era un estratega nato. Sabía cómo leer los partidos y cómo sacar lo mejor de jugadores de distintas generaciones.
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