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Los cuentos del poeta El día que descubrí a Claudio Caniggia

La década de los 80, doblaba el codo de los últimos 400, como se diría en la jerga “burrera” y River Plate calentaba los motores para conquistar América por primera…

La década de los 80, doblaba el codo de los últimos 400, como se diría en la jerga “burrera” y River Plate calentaba los motores para conquistar América por primera vez.

Mi amigo Rubens Navarro, ex compañero en la época de juveniles en Peñarol, llegaba a la Institución de Núñez, donde se armaría el grupo de uruguayos de mayor cantidad y calidad dentro del fútbol argentino, el gran Enzo Francescoli comandaba la legión celeste del otro lado del Rio color de pájaro.

Mire que coincidencia, Rio de los pájaras, es llamado así en lengua guaraní el Rio Uruguay, que es el último en recoger algunos brazos del Paraná y verterlos al Rio de la Plata, pájaro es el apodo a edad tempranera del personaje de hoy.

Por la amistad con Navarro y el mismo Alberto Bica, que se crió a diferencia de nosotros siendo parte del “bando enemigo”, Nacional, pero que es casi un hermano de toda la vida, yo, convencido de que el fútbol con botines puestos se había terminado, instalado ya en Buenos Aires, despuntaba la nostalgia yendo a ver el River de mis amigos.

En una charla con los nombrados más arriba me comentaron, si venís a la cancha el domingo, llega temprano a ver la reserva, ahí juegan Pipo Gorosito, crack de galera y de bastón y el famosos Claudio, más rápido que el viento, sin perder habilidad en velocidad y con gran capacidad de definición, dos pichones de crack me dijeron.

Les hice caso, domingo de primavera en Núñez, el Rio de la Plata testigo casi mudo de fondo, entre ochocientos y mil parroquianos y yo, para ver estas futuras maravillas, jamás lo olvidaré fue ante Rosario Central, tres goles del más adelante llamado con justicia “Hijo del viento” y en un par de semanas la primera división.

Claudio Paul Caniggia, nacido en Henderson, Provincia de Buenos Aires, que al igual que el resto de la cuenca del Plata es un pedazo de territorio europeo trasplantado en el corazón de América, zona que conforman el litoral argentino, Uruguay y Brasil desde Sao Paulo hasta Rio Grande, y que para quien firma, es el área de mayor cosecha de los grandes jugadores que después asombraran al viejo continente, casi sin saber que sus genes partieron hace un tiempo desde alli.

Rubios, melenudos, ordenadamente desordenados, para vivir y vestir, bohemios, donde la elegancia y la habilidad parecen querer disimularse, escondidos detrás de una mirada entre arrogante y humildemente desconfiada.

Se juega como se vive, hemos pregonado algunos que jugamos al fútbol alguna vez y por eso la referencia al desorden ordenado, así y con todas las características mencionadas líneas arriba era el Flaco Caniggia.

De a ratos parecía que el partido no le importaba, propietario de la aparente indiferencia que enfurece a la más bonita si nos distraemos en otra cosa cuando pasa, así era el Pájaro, la dejaba pasar para después salir a toda velocidad detrás del balón, dando ventaja al defensor de turno para acabar llegando siempre primero a la hora que importa, en las puertas del área o en la esquina de la vida, listo para un desborde de gambeta endiablada a velocidad de Boeing 783, o para definir, cruzado, siempre cruzado, dejando al arquero en contrapié, parado y tirándose al lado opuesto, viendo como el balón besa la red.

Así jugo y así vive, con atrevida timidez, que despertaba en explosión de atrevimiento.

Donde jugó es nada más que una cantidad de datos que completan necesariamente la historia.

Después de River y la gloria de la Copa libertadores, llega algo que era inevitable, el fútbol europeo, Verona, dos veces el Atalanta, la Roma, el fútbol de Portugal y el balompié escocés, entre otros, un pasaje por Boca donde jugó junto a su gran amigo Diego, lo mismo que en la selección.

Su gris final con la albiceleste fue en el Mundial 2002, donde seguramente era demasiado desordenado y a esa altura enemigo del esfuerzo, para convencer a un apóstol del orden y el sudor planificado como Marcelo Bielsa.

De todas formas, aunque junto a Diego y bajo la lupa de Bilardo no pudo reconquistar al mundo en el 90, fue alguien que enamoró a ellos por su poder demoledor de los sistemas defensivos rivales y a ellas hasta hoy, por esa picardía de esconder desfachatez debajo de una endeble timidez, crack de cracks, mezcla de Garrincha y M’Bappe, cumplió 53 años este 9 de enero y el mundo del fútbol lo festeja.

“Salud Claudio”

Abrazo de gol, Leo Vega

Leo Vega

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