Fue difícil afrontar y aceptar el daño casi irreparable que le hizo el proceso Jurgen Klinsmann a la selección de los Estados Unidos y al fútbol estadounidense en general.
El no clasificar a Rusia 2018 fue el golpe final a un engaño del técnico en el que muchos al principio creímos y luego nos fuimos dando cuenta que el cambio de ADN que vendía era puro verso.
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Sin ser para quien escribe Greg Berhalter el técnico ideal, los protagonistas de verdad del fútbol revivieron la promesa y la esperanza de un proceso que venía creciendo a pasos agigantados.
Al hablar de los protagonistas, es obvio que me refiero a una generación de jugadores que promete y juega al más alto nivel del fútbol mundial.
Jugadores como Gio Reyna, Christian Pulisic, Weston McKennie y Serginho Dest dejaron claro que la nueva generación es una realidad y que esta camada deberá ser aprovechada de la mejor manera no solo apuntando al Mundial del próximo año, sino que también al premio gordo del Mundial 2026 cuya final será en casa.
En un partido espectacular y digno de la historia y rivalidad entre las dos selecciones, Estados Unidos ratificó la promesa de un futuro próspero al vencer a Mexico y quedarse con la Copa de Naciones de la Concacaf.
Es cierto que es un nuevo torneo, que por ahí no es un título importante y demás, pero el llegar a la final y ganarla ante el archirrival y de la manera trepidante como se definió en tiempos extras ratifica que el cielo es el límite para los chicos de las Barras y las Estrellas.
Es un buen comienzo de cara a los próximos dos mundiales, es lo que debe significar el inicio de un largo camino en el cual se tendrán tropiezos pero la materia prima es la mejor de la historia para el futbol de los Estados Unidos.
La promesa se ratificó y se levantó la Copa, la promesa de buen nivel, la promesa de volver a competir con los grandes, la promesa de ganarlo todo.