Entre los tantos sacrificios de mamá para criarme como madre soltera, hay uno que lejos le gana a todos los demás. Usualmente algún amigo de la casa me llevaba al estadio a ver los partidos de fútbol de mi amado Atlético Bucaramanga.
Para mí, ir al estadio era imperdible y cuando no encontraba quien me llevara, no me quedaba otra que pedirle a mi madre que fuera ella la que me acompañara.
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Doña Cecilia con tal de verme feliz hacia lo impensado. Ir a fútbol para ella era casi una tortura, pero su amor de madre era infinito. Me llevaba y aunque no era el programa más atractivo para su gusto, allí se encontraba con amigas y sus esposos, lo que lo hacía más llevadero mientras yo me divertía en medio del sufrimiento por mi equipo.
Más allá de alguna palabra altisonante en la tribuna, ganara quien ganara volvíamos a casa en paz y yo con la satisfacción de haber asistido a otra jornada futbolera.
Los desmanes y la violencia vivida el fin de semana en La Corregidora durante el Querétaro-Atlas, no hizo más que recordarnos que en el fútbol está prohibido para asistir al estadio en familia en todo el continente, a excepción de la MLS, donde el disfrutar de fútbol en vivo aún es viable y recomendable.
Nos tocó el alma lo visto en México por la cercanía, pero no es un caso aislado. Hace tiempo que con financiación de directivos y dueños de equipos, los estadios han sido secuestrados por los barra bravas y el ir a la cancha es prácticamente arriesgar la vida.
Hoy ni se me pasaría por la cabeza ir al fútbol con la familia en cualquier estadio de Latinoamérica. Eso es parte de un pasado que añoramos y al que para volver, tendríamos que tomar decisiones radicales y prohibir las barras.
Será un proceso largo, pero tenemos que iniciarlo y mostrar mano dura para recuperar los estadios y que ese ambiente de fútbol inigualable vuelva a ser de los amantes del balón de verdad y no de un grupo de delincuentes de cuarta.
Imposible ir a fútbol en familia, realidad durísima, pero al fin y al cabo realidad.