Hablar de romanticismo en el fútbol de hoy suena ilógico, impensable y para muchos hasta ridículo. Ese fútbol de amor a la camiseta del que nos enamoramos cuando niños, es hoy un negocio gigantesco donde priman las cifras sobre cualquier sentimiento. Ese es, no sólo el fútbol sino en general el deporte profesional.
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Claro que los equipos siguen llegando al corazón y la afición celebra y entristece con sus colores, pero que bueno, o al menos así lo pienso, que disfrutamos del fútbol conscientes de que los grandes ídolos pueden cambiar de camiseta y se venden al mejor postor.
Es lógico, máxime en el deporte, donde las carreras son cortas y hay que sacarles provecho.
En medio de todo esto, se dio una excepción que confirma la regla. Una lluvia de llamadas, textos y mensajes de ex compañeros y amigos y principalmente de su gran mentor, hicieron que Cristiano Ronaldo volviera a su primer amor fuera de Portugal y dijera no a la inminente transferencia que lo ponía en el gran rival de la acera de enfrente.
Cuando el mundo pensaba ante su inminente salida de Juventus, que Cristiano ya volaba camino al Manchester City, finalmente si tenía a Manchester como destino, pero para regresar a su amado Manchester United.
Una conversación con su gran mentor Sir Alex Ferguson habría sido el trago que rebosó la capa, justo cuando ya se estaban quemando camisetas de antaño con su nombre en Manchester.
Todo cambio en cuestión de instantes. Cristiano regresaba al equipo que lo presentó ante el mundo y con el primero que ganó grandes cosas.
Cristiano aceptó bajarse el salario y Manchester tuvo que dar 15 millones más variables (lo que no quería dar el City) y se consumó lo que horas antes era impensado.
Sí, esta vez aunque siempre con dinero involucrado, ganó el romanticismo y Cristiano que iba camino a Manchester decidió que no iría al equipo de los millones y que busca sacar patente de grande, sino a uno que es grande de verdad y en el que el hace parte de la historia.
Excepción que marca la regla.