Túnez, 6 feb (EFE).- Ambidiestro, de complexión fuerte y técnica innata, Mousa Diadomé era una de esas muchas gemas sin pulir que edad cadete ya atraía las miradas en los ásperos y pedregosos campos de África, siempre envueltos en polvo suspendido e ilusiones soñadas.
Originario de Bingerville, un suburbio colonial del extrarradio de Adbidjan en el que nacieron futbolistas excelsos como Eric Bailly, central del Manchester United o Didier Drogba, uno de los mejores delanteros africanos de todos los tiempos, Mousa comenzó a destacar en el patio de la escuela, primero, y en la academia del barrio después, antes de trasladarse a Ghana.
Enrolado en la academia Future Stars FC, una de las más prestigiosas de la ciudad de Takarodi, puerto industrial y una de las sedes de la Copa de África de Naciones (CAN) disputada en 2008, su habilidad en el regate, su potencia física y la personalidad despertaron el interés de uno de los muchos codiciosos ojeadores que patean el continente africano en un busca de un diamante que les haga ricos.
“Llegué a Túnez el 29 de enero de 2019 esto por medio de un agente de jugadores que me estafó y huyó. Me dejó solo”, explica a Efe Mousa.
Abandonado, sin conocer a nadie en un país extraño, el primer retazo de solidaridad lo recibió de la amplia comunidad de africanos que de forma legal o ilegal habitan y trabajan en el servicio doméstico, la construcción o la jardinería en Túnez.
Gracias a su generosidad se pudo calzar unas botas de mercadillo, superar las pruebas de un pequeño club local -el Ras Jabel- y despertar la atención durante un partido de los técnicos del Esperance, uno de los clubes más importantes del continente.
“El Esperance estuvo realmente interesado en mí, porque soy un jugador polivalente, pero por edad tuve dificultades en avanzar a través de la cantera”, agrega.
A ello se sumó una restrictiva ley en vigor en Túnez que impide que jugadores extranjeros, sean de la nacionalidad que sean, o incluso se hayan criado deportivamente en el país, puedan alcanzar la primera división nacional: para hacerlo deben de haber disputado antes un mínimo cinco partidos con la selección nacional, aunque haya sido en las categorías inferiores.
“El principal problema en Túnez es que existe una ley que impide a los extranjeros jugar la segunda división. Solo es posible hacerlo en primera, y para ello necesitas ser internacional”, lamenta.
LARGA TRAVESIA DEL DESIERTO
Frenado en su progresión, engañado por su agente, solo y sin el dinero necesario para poder regresar a su país, Mousa quedó atrapado en el mismo laberinto administrativa salpicado de sobornos, precariedad y tristeza en el que penan miles de africanos.
Alquiló un pequeño cuarto en uno de los barrios más desfavorecidos del norte de la capital, se asomó a la redes sociales en busca de laborar como entrenador personal, y saltó de trabajo en trabajo informal pero sin descuidar los entrenamientos.
Cada mañana bajaba a la playa para mantener su tono físico y por la tarde, al caer el sol, vagaba entre pista y pista de fútbol ofreciéndose para jugar con antiguos profesionales ya retirados, o con grupos de aficionados con los que compartía la pasión por el fútbol.
Hace tres meses, comenzó a jugar cada lunes y cada jueves con un grupo de expatriados, diplomáticos, funcionario internacionales procedentes de Colombia, España, Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, Turquía y Palestina fundado hace cinco años por miembros de la embajada Argentina.
“Son como mi familia, me han ayudado, me han protegido y solo espero que Dios les proteja a ellos y les devuelva todo lo que han hecho por mí. No voy a defraudarlos. Me han salvado la vida”, explica apenas dos horas antes de subir a un avión rumbo a Abidjan que hace solo un mes era para él un sueño, una simple quimera, pensar que lo pudiera tomar.
Fue su segundo retazo de solidaridad. Además de los cerca de 700 euros que costaba el billete, el visado de Mousa y afrontaba una multa cuantiosa que le podía llevar a la cárcel en caso de intentar salir del país. Cruzar la frontera suponía desembolsar otra pequeña fortuna.
UNA NUEVA OPORTUNIDAD
“Este grupo es más que un grupo, es una comunidad, y las conexiones son importantes. Todo lo que puedo decir es que valoro ese hecho y espero que nunca lo perdamos de vista, pase lo que pase dentro o fuera del campo. La gente puede ir y venir, pero la comunidad siempre estará aquí”, explica Pierson Rancanelli, el alma en la nueva oportunidad de Mousa.
“Creo que hablo en nombre de todos en el grupo cuando digo que estamos muy emocionados de ver a dónde le lleva el futuro desde aquí. Le deseamos mucha suerte en las próximas semanas y en el inicio este nuevo viaje con Takoradi Future Stars FC”, agrega.
Antes de viajar a Ghana, Mousa tiene aún un duro tramite que asumir en el barrio que le vio nacer y el seno de una familia rota a la que no abrazaba desde hacía tres años: a principios de enero falleció su padre, quien no pudo verle brillar en Europa como era su ilusión.
“Mi sueño es jugar al máximo nivel y convertirme en profesional. Soy hincha del Real Madrid y la Roma, pero el club de mis sueños es el Arsenal. Pero jugaré en el equipo que sea si Dios me bendice con esa oportunidad”, insiste con su perenne sonrisa.
“No soy experto, pero creo que si tuviera un buen agente estaría en uno de los clubes más grandes, tipo Real Madrid, porque soy polivalente y puedo jugar cualquier puesto”, agrega.
De momento, tiene también una oferta en firme para comenzar a entrenar con Sekondi Hasaacas F.C., equipo de la ciudad de Takoradi que disputa la primera división ghanesa. Un nuevo comienzo fruto de esa solidaridad ancestral que prende el alma del deporte rey.
Javier Martín
(c) Agencia EFE