Sigo el tenis profesional hace muchos años y cada vez me sorprendo más con las reacciones intempestivas de algunos tenistas, por no decir varios, en los distintos torneos de cada semana. Veo que las mismas se viene repitiendo en el circuito ATP, que ha entregado casos resonantes en el último tiempo. Especialmente desde el violento comportamiento del alemán Alexander Zverev (4°) en el ATP 500 de Acapulco tras perder su encuentro de dobles, en donde golpeó con su raqueta tres veces la escalera de la silla del umpire en forma muy peligrosa cerca de las pies de la autoridad, disgustado con un fallo previo.
La primera reacción de la ATP fue inmediata y certera, descalificó a Zverev del certamen mexicano y le dio por perdido su partido de la segunda ronda ante su compatriota Peter Gojowczyk (100°). Sinceramente, uno esperaba (al igual que muchos colegas y seguidores del tenis) una fuerte sanción económica posterior, más una quita de puntos o la imposibilidad de participar en el Masters 1000 de Indian Wells, la siguiente cita importante del calendario. Finalmente, la ATP solo lo castigó con una multa de U$S 42.000, una cifra que no altera en absoluto la economía de Sascha, sumado a un período de prueba (de apenas un año) en el cual el de Hamburgo no podrá reincidir porque será penado con mayor severidad. Un dictamen blando con el germano, que dejó a gran parte ambiente del tenis con gusto a poco. Desde este sector solo pedimos reglas firmes que contemplen cuando un jugador ponga en riesgo la salud de un semejante con su exceso desmedido. Simple y tajante. Y sin grises.
Larga introducción pero apropiada para expresar mi pensamiento, porque enseguida sucedieron otros hechos que no fueron sancionados por la ATP. La semana pasada, Nick Kyrgios (102°) descargó su bronca lanzando con mucha fuerza la raqueta contra el cemento, sin intención de lastimar a nadie. Sin embargo, la raqueta rebotó fuertemente en la dura superficie en dirección a uno de los recogepelotas, ubicado a muchos metros de distancia, contra la pared del fondo. Por suerte, el objeto fue esquivado por el atento yudante. El video es elocuente y me exime de seguir comentando. El tenista australiano cometió la imprudencia tras ser derrotado por Rafael Nadal (3°) en los cuartos de final del Masters 1000 de Indian Wells.
Situándonos en el presente, en la jornada del jueves del Masters 1000 de Miami hubieron otros dos sucesos similares, que pusieron en riesgo el físico de terceros. El local Jenson Brooksby (39°) tiró su raqueta contra el piso, sin tanta violencia, y esta cayó cerca de un hombre que estaba haciendo su trabajo de recogepelotas, provocándole nada más que un susto. El juez de silla, el brasileño Carlos Bernardes, aplicó el reglamento quitándole un punto al estadounidense, pero no mucho más, cuando ameritaba, al menos, una advertencia verbal mayor. Su rival, el argentino Federico Coria(60°) le exigió a Bernardes mayor vehemencia, a pesar de que las reglas escritas amparaban su resolución.
Unas horas más tarde fue el turno de Jordan Thompson (78°), quien lanzó una pelota con su raqueta afuera de la cancha, en medio de su cotejo con el francés Jo-Wilfried Tsonga (225°). La pelota impactada por el australiano pasó muy cerca de la adolescente que oficiaba de ballgirl y “viajó” con rumbo desconocido. Esas bolas van a mucha velocidad y con mucho peso, pudiendo caer en alguna persona que esté caminando despreocupadamente por el predio o realizando otra actividad, con posibilidad de ocasionarle un daño muy grave. En mi criterio, este hecho fue peor que el de Brooksby, basta con imaginar las probables consecuencias que por fortuna no acontecieron.
Es hora de que la ATP tome cartas en el asunto y le de una figura reglamentaria a esta clase de exabruptos. Uno entiende que los tenistas están con las pulsaciones al máximo y en un estado de tensión límite durante sus presentaciones, pero deben ser conscientes de que una raqueta tirada o una pelota impactada con fuerza fuera de las gradas pueden traer consecuencias terribles. Tanto Kyrgios, Brooksby y Thompson no sufrieron ninguna pena ulterior por sus arrebatos inintencionales.