Jamás olvidaré la primera vez que vi a Enzo Franscoli. Jugábamos por el campeonato uruguayo sub-18 con mi querido Peñarol ante Montevideo Wanderers, llegamos con el ómnibus al Estadio Artigas de las Piedras, donde los bohemios eran locales, me recibió en la puerta del hoy coqueto Estadio, mi amigo del alma Freddy Perckovic, compañero del personaje de este cuento y me dijo; “ven asómate a ver el preliminar que en el sub-16 juega el mejor jugador que jamás hayas visto”.
Era un flaquito espigado que en cada fino contacto que tenía con el balón parecía que se iba a quebrar, pero a la misma vez, recibiendo siempre de forma sutil con la parte externa de su botín derecho, era una copia oriental del mismo Rudolf Nureyev.
Pasó muy rápido ese enemigo de la siesta juvenil llamado tiempo y nos encontramos por primera y única vez dentro de una misma cancha en un partido de pretemporada de primera división, donde yo me lleve la alegría de un gol desde muy lejos y él, el aplauso de los presentes esa soleada tarde del Prado montevideano por toda la magia derramada.
“Era un flaquito espigado, una copia oriental del mismo Rudolf Nureyev”
Después el fútbol hizo la justicia que acostumbra y lo llevó a él a las alturas del fútbol de América, su posterior paso a Europa y como dijo el célebre Alberto Cortez, los demás quedaron en el suelo guardando la cordura mientras el construía por el mundo castillos en el aire.
Rápido llegó su pase a River con Copa Libertadores incluida, la capitanía de la gloriosa camiseta celeste, con la conquista tres veces de la Copa América de adorno, el fútbol francés como capricho de un magnate de la industria de aviación, la idolatría de un niño de aquellos tiempos llamado ZInedine Zidane que lo seguía hasta en las practicas a ese señor que el mundo ya llamaba “el Príncipe”.
En esa esquina caprichosa del camino del calendario convergieron sus rushes con olor a perfume francés, el regreso a River y su gol de chilena aquella noche en Mar del Plata frente a Polonia, sin duda el más recordado por los hinchas de River a lo largo de su gloriosa historia hasta la llegada del cuchillo que Piti Martínez le clavó a la historia de Boca en el Santiago Bernabéu.
Pasó por Italia en Cagliari y Torino con toda su elegancia, solo porque no había a la cobertura mediática de hoy no llegó a jugar en el Real Madrid y o en el Milán, pero ha sido sin ninguna duda el jugador más hábil y elegante que ha dado el fútbol uruguayo, solamente detrás del Pepe Schiaffino, autor de la bolea en el Maracanazo.
Nació un 12 de noviembre, su apellido Francescoli, pero para nosotros siempre será “el Enzo”
Abrazo de gol
Leo Vega