Hoy, no jugaremos a esconder el nombre del personaje para que usted lo vaya adivinando al compás de la trama. Las características de la vida y la obra de Luis Suárez son tan únicas, que tan solo con haber nombrado un par de hechos en los primeros dos renglones el velo se hubiera caído.
Este uruguayo, nacido un 24 de enero, ha sido rotulado, no del todo injustamente, con un par de etiquetas que hacen difícil que la mayoría de los aficionados, si no son del Barça o de la Celeste uruguaya, no frunzan el ceño al oir su nombre en muestra de rechazo.
Seguramente no será fácil que algún día dejen de asociarlo de los actos de racismo del que lo acusó Ebra, ni mucho menos el acto casi fuera de la conducta racional humana de las mordidas, siendo la más famosa la que le propinara a Chiellini, en pleno campeonato de Brasil, dejando a su equipo clasificado, pero comprometido por su ausencia.
No negamos ni aprobamos ningunos de estos hechos, pero queremos como siempre, meternos en el ídolo, hasta con categoría de héroe, de muchos.
Ese Luisito que nació rodeado de las presiones que trae la pobreza, mucho más fuertes y trágicas que las de cualquier defensor.
Ese niño que solo pudo contar con su madre como apoyo en el amanecer de la vida, la que dejó su ciudad natal para traerlo, junto a sus hermanos, a la capital en busca de un futuro mejor.
Ahí vio el pequeño Luis todo lo que su heroica madre hizo, sacrificado su propia juventud en pos de la de sus hijos y aprendió así que si uno debe dejarlo todo para salvar al grupo había que hacerlo.
Esa forma de “inmolarse” y seguir vivo fue la que lo llevó a Luis en aquel partido frente a Ghana a meterle la mano al último balón, porque era el último, no había más, penal, roja y la ejecución fallida para que Uruguay estuviera una vez más entre los cuatro mejores del mundo.
Las hirientes palabras, que según Luis se profirieron con Patrick Ebra, son censurables, pero también seguramente nacen como exteriorización de todas aquellas agresiones que sin duda debe haber recibido a la hora de jugar un picado en el potrero a la hora de usar su innata picardía y que tuvo que guardar en su alma porque no hubo un padre para la contención.
Nos decía, hace mucho tiempo, un gran profesor de filosofía que tuvimos y que jamás olvidaremos porque caminaba por los pasillos con dos dedos apoyados en la cien, pensando y mirado suelo todo el tiempo cuando le decíamos que estaba loco, “no me ofenden sus palabras descalificadoras porque no hablan de mi conducta, sino de la cantidad de dudas que ustedes tienen sobre vuestro propio comportamiento”.
Y que significa esto, que, sin duda, todos esos actos son el resultado de todo lo que aquel pequeño corazón de niño guardó y es la carga con la que viaja este hombre y deportista exitoso de hoy.
No es una justificación, sino una explicación de una conducta, que, por suerte, el “Pistolero”, parece haber corregido gracias a una terapia a la que llega después del Mundial de Brasil, gracias a su club, y que, por suerte para él, su familia y sus adoradores, nunca abandonó.
Cerrado el circulo de la conducta, me metó en el lugar que más me gusta, donde como él, crecí, vivo y sueño morir, la cancha de fútbol.
Ahí hay pocos como Luis Suárez, a los dieciocho años ya debutaba en la primera de Nacional con goles y título, carrera vertiginosa, el Groningen de Holanda, goleador, el Ajax, goleador de la Liga y campeón, el Liverpool, goleador e ídolo eterno, incluso de ilustres compañeros como Steven Gerard, hasta llegar adonde siempre quiso, el Barcelona campeón de todo con él como socio principal del 10 y además goleador de LaLiga más importante del mundo, la española.
Armado de las condiciones anímicas del cual lo curtió su dura niñez, potenciado por el no menor hecho de ser un jugador uruguayo, se armó de un caparazón que lo blindo contra todo y lo hizo desde sus inicios un ganador empedernido.
Delantero bajo y fuerte, pero además con una gran habilidad para driblear, asociarse y asistir, o sacar la metralleta imaginaria y acabar como muñeco de quermese con los mejor porteros del mundo que se han puesto a su frente.
Hijo de una enorme picardía, tal vez usted usaría otro adjetivo si no es uruguayo o del Barza, que es capaz de acercarse tanto al defensor antes del dribling que lo obliga a la falta, que si es necesario para terminar de convencer al Árbitro exagera.
Desde su llegada a Europa ha estado, casi siempre, entre los más grandes goleadores del continente, en la selección de su país, el más campeón de América, no solo ha obtenido ese cetro casi obligado si te vistes de celeste, sino que es hoy el mayor goleador de la misma, dejando atrás a una verdadera leyenda como Diego Forlán.
Típico ejemplar del jugador del potrero, que llega a vestirse con una camiseta preñada de glorias y que sabe que a como dé lugar hay que mantenerla el sitial que con justicia y hazañas se ganó, por eso lo veremos todavía un poco más, acomodando el cuerpo para desplazar al último defensor con la cadera, colocando el balón bien lejos del arquero en el Angulo superior, anotando como hace poco con un pase de ballet a lo Nureyev, convirtiendo un gol que es candidato al Puskas o como en el mundial de Sudáfrica o el de Brasil con el “cuchillo entre los dientes”
Ese es el Luisito Suarez que tal ven usted no conocía o simulaba no conocer, a ese que se enfrentó a todo, se cayó y se levantó un montón de veces le decimos, Feliz cumpleaños pistolero, “gracias por todo, perdón por tan poco”
Leo Vega, Abrazo de gol