Viniendo de una familia de sangre española por parte de padre, teniendo un abuelo que, vestido elegantemente de traje me llevaba al estadio porque así se hacía en España, con un padre que cada vez que me veía correr con el balón, destruyendo el jardín de mi adorada itálica madre, me gritaba “vamos Saeta”, de niño no me quedaba otra opción que admirar desde la distancia a ese templo del fútbol mundial llamado Santiago Bernabéu.
Un estadio que desde su construcción ha estado cargado de batallas inolvidables que recibieron de actos épicos, un estadio que nació como hijo natural del primer predio que albergó al naciente Real Madrid Fútbol Club, ubicado este en un baldío contiguo a la vieja Plaza de Toros, el cual arrendaba por 150 pesetas anuales y que parece pertenencia a la Reina Cristina, donde cuenta la leyenda que los jugadores tuvieron que usar como vestidor al edificio de la taberna La Taurina a un costado de la Plaza.
Después vinieron los tiempos del O’Donnell, hasta que en 1922, el barrio de Chamartín de la Rosa, veía nacer al primer gran coliseo merengue que sufrió una infinidad de remodelaciones, ya desde los beneficios que gozaba el Madrid gracias al fanatismo del mismísimo General Francisco Franco, dictador que gobernó a España por décadas con poderes de emperador y que además adoraba al presidente madridista de la época del cual más tarde tomo su nombre el Estadio.
Con los años, sin que fuera cierta la frase de Sabina de que “Bernabéu encendía puros con billetes de mil”, la flaca económica del Madrid, de la cual se jactaba el presidente de llevar la contabilidad en un cuaderno, se fue multiplicando y el coliseo pasó por varias cirugías hasta llegar a este verdadero monumento que conocemos hoy.
En él se han escrito páginas inolvidables de la historia, no sólo del Madrid, sino de otros equipos grandes del mundo y de unas cuantas selecciones, entre ellas la española.
Pero la explicación no pasa sólo por las citas con la gloria que se vivieron aquí, sino por la energía que se siente, que allí vive al ingresar al inmueble de Concha Espina 1.
Esa sensación de llegar a tierra sagrada que he sentido al entrar al Bernabéu, principalmente cuando está vacío, he recorrido hasta el cansancio sus vestidores, su cancha como me gusta verla, de la misma forma y perdón a los religiosos como yo, que me siento cada vez que entro al Vaticano cuando no hay misa, porque son estos dos momentos de mi fe que no aceptaría que nadie interrumpa, ese instante de escuchar el silencio e imaginar las ovaciones.
El Bernabéu vacío es como una mujer desnuda, solemne, sagrada, pura y la misma vez tentadora de desencadenar una frénetica pasión que te marque de por vida.
Esa pasión seguramente, al caer la noche desataran las almas de aquellos que algún día vistieron el manto sagrado, aquellos que bajan desde el cielo para revivir viejas hazañas, ahí deben andar de madrugada y a solas el gran Emilio Santamaría, con tiempo para alisarse su brillante cabellera rubia, antes de pararla magistralmente con el pecho, para después entregársela redondita y en corto a Don Alfredo, para que el máximo ídolo de todos los tiempos le ponga GPS a la pelota y oriente el partido a favor de los blancos sueños otra vez.
Seguramente, el gran Zinedine Zidane, mientras duerme por las noches revive sus mayores hazañas dentro de este templo y fusionando el ayer y el hoy, a la hora de gritar su alegría evitara en su carrera enloquecida el intento de abrazo de Di Stéfano, verá en la primera fila la cara de asombro de un chico de origen argelino que carga como segundo nombre Yasid, nacido por caprichos del destino en un pueblo francés llamado La Castellane, despertara y recordara que es él, que por ese nombre lo llamaban en su pueblo y sentirá que todos los sueños se han cumplido.
Este 14 de diciembre este viejo recinto cumple 72 años y la familia del fútbol seguramente hará alguna mención aquí y allá como dato casi anecdótico, pero no es un cumpleaños cualquiera, es el festejo del nacimiento de un estadio que integra la selecta familia de monumentos históricos del fútbol mundial. No debería ser un festejo cualquiera, porque por todo lo poco contado antes y lo mucho más que no se contó, este estadio elevado a templo, tiene alma, tiene vida.
“Enhorabuena”
Abrazo de gol, Leo Vega