Calderico Coldogno, reconocido líder militar, fue en su momento el gran destinatario de los más altos honores de varios emperadores. Del apellido de su familia nació el nombre de la ciudad donde vio la luz nuestro personaje de hoy, que para eternizar la tradición nacida hace siglos en su tierra, también cosechó muchos más honores personales que colectivos, aunque la conquista de la gloria en equipo también lo alcanzó.
En esa pequeña ciudad del norte de la provincia italiana de Vicenza le hizo las primeras caricias al balón, Robertino nacido un 18 de febrero rápidamente, a poco de debutar con la “maglia viola” de la Fiore, se transformó en “Il Divino”, tres mundiales con la azzurra, tercero en casa en el 90’, segundo en Estados Unidos en el 94’, porta con las condecoraciones de Mejor Jugador de Europa y del Mundo en el 93’ y reconocido en la lista de los mejores 50 jugadores del mundo del siglo XX.
Arrancó en su vecino Club de Vicenza, escalera que lo llevó como primer peldaño a la Fiore, para alcanzar la gloria en su periplo en la Juventus, donde levantó la Copa de la UEFA y tres Ligas.
En la final de la Copa, con sendas victorias ante el Borussia de Dortmund, 3-1 ida y 3-0 en el Delle Alpi, Robertino marca cinco de los seis goles de su equipo, tal vez esa sea su radiografia futbolística en números mas cercana a su capacidad de desequilibrio, el gol y siempre el gol, pero no la única de sus habilidades.
Este “piccolo” duende, embrujó a millones de privilegiados espectadores, además de sus goles, con una gran habilidad para ir dejando rivales por el camino, aparentando que era tan sencillo como mover el balón en dirección contraria a la pierna y el físico del rival, que cual toro pasa de largo ante el torero, quedando desairado en cada lance.
La vida no le fue siempre fácil, en el momento de su primera lesión se vio de cara ante la desgracia, rotura de ligamento cruzado mientras jugaba para la Fiore, pensando que todo se acababa llegó a rogarle a su madre, “mama, es el fin, sin el futbol no poder vivir, si me amas mátame”, suena a el momento más alto del dramatismo de una obra maestra de opera en la Scalla de Milán que a la humana realidad, pero era la vida misma que golpeaba sin piedad, entonces su madre lo abrazó como cuando era un bambino, le secó sus lágrimas y le acarició el alma y momento superado.
Las lesiones lo persiguieron durante toda su carrera, pero el amor de su madre y la fe paz espiritual que encontró en el budismo, lo hicieron además de un genio incomparable en el campo, un hombre lleno de la paz espiritual y con la capacidad de caminar cuesta arriba la montaña de la desgracia, para encontrar en la cima, siempre e indefectiblemente el éxito.
“Dios salve al Divino”
Abrazo de Gol, Leo Vega