Nació dos veces, la primera el 18 de enero del 71’ y la otra cuando conoció a Johan Cruyff. Guardiola llegó a los 13 a la Masía y lo primero que aprendió fue “aquí está prohibido perder el balón”.
Pasó por todos los estamentos del Barça, hasta despertar el interés del padre del estilo que revivió históricamente al club catalán.
Debutó frente al Cádiz y tuvo que esperar más de un año para volver a jugar de titular, porque Cruyff, que no será recordado por su trato amable con el jugador, resumió su actuación en una frase, “estuviste más lento que mi abuela”.
Pero si de algo tiene nuestro personaje es de terco y fue así como volvió a conseguir una nueva oportunidad y ya no salió jamás.
Fue volante central en el “Dream Team” que ganó por primera vez la Champions para el Barcelona, siempre de cabeza levantada, haciendo circular con elegancia y presición el balón, dueño de una gran personalidad que lo acabó transformando en el “gran capitán”.
Aquí podría terminar la historia casi transformada en leyenda de cualquier jugador, pero fue ahí donde recién comenzó a caminar hacia la inmortalidad.
Jugó casi toda su carrera en el club de sus amores, pero su espíritu aventurero lo llevó a Italia, Roma y Brescia, para terminar su vida de pantalón corto en Dorados de Sinaloa, muy lejos de su amado y pequeño pueblo de Sanpedor.
En el medio llegó a ser campeón olímpico con la selección española y figura de la misma en un par de mundiales.
Pero fue al momento de abandonar su notable carrera como jugador cuando puso la primera piedra de esa “Iglesia” humana en la que se transformó como entrenador.
Dirigió durante cuatro años a su Barcelona, alcanzando lo que nadie había logrado, 14 títulos en ese periodo de tiempo, 14 como el número que portó en la camiseta su mentor holandés, al cual cada tanto visitaba para pedir consejos, fue Cruyff quien le dijo que, si quería hacer algo importante en su primer año en el cargo, debía prescindir de dos genios como Ronaldinho y Deco porque contaminaban de indisciplina el vestidor.
Armado de su gran personalidad, fue precisamente esa la primera decisión que tomó.
También cumplió al pie de la letra el mandamiento número uno de Cruyff, “No debemos dejarnos arrebatar el balón, siempre y cuando lo tengamos la mayor parte del partido, se disminuirán considerablemente los riesgos de perder”.
Le agregó parte de su impronta a los mandamientos que le había entregado el “Profeta”, además de ensanchar la cancha lo más posible con dos delanteros bien abiertos sobre la línea, le agregó varias cosas tan importantes, que después fueron copiadas por la mayoría de los entrenadores del planeta.
Los defensores laterales tomando en ataque la posición de esos delanteros por afuera que decía Cruyff, abiertos y tan arriba que llegan a la línea de la segunda punta, sino pregúntenle a Dani Alves y Jordi Alba.
Los defensores centrales bien abiertos a la altura de la línea de salida del área grande, y la contención viniendo a recoger el balón al pie en la garganta de la salida del área, transformándose así en primera puerta futbolística del equipo, ahí puso a Busquets.
Tuvo la suerte de tener al mejor del mundo en su mejor momento, pero él tuvo la gran habilidad de fabricarle los espacios y encontrar los socios adecuados para que Messi ya en el último tercio protagonizara la jugada que la foto perpetua para siempre.
Iniesta y Xavi se alternaban en el espacio alrededor del circulo que abandona momentáneamente el 5 y se intercambiaban la batuta para ser el segundo y seguro eslabón del avance prolijo y a la misma vez peligroso, para acabar en la jugada previa al gol, decidiendo entre abrir bien para los laterales asustadores y a veces definidores, o buscar al falso nueve que fabricaba la cueva por la cual Messi llegaría a rescatar a la reina.
Fue una maquinaria casi perfecta, heredada la piedra filosofal, pero perfeccionada por un hombre que escribió el resto del libreto hasta transformar al Barcelona en el mejor y más admirado de una década.
El resto de la historia es conocida, Bayern Munich con gloria teutona, El City con Premier incluida, sin cambiar ni renegar a su estilo, pero sin volver a mojarse en las excitantes aguas del romance con la Champions que varias veces acarició con el Barça.
Fue tan obsesivo en su trabajo y la seguridad del éxito final, como lírico y aventurero para permitirse soñar con la belleza, lo más lamentable que desechó sentirse español, sin darse cuenta que fue el más Quijote de todos los deportistas nacidos en Cataluña, pero que negara siempre su parentesco con el que nació en La Mancha.
En un lugar de Barcelona, de cuyo lugar no quiero ni acordarme, vivía un hidalgo catalán de los de lanza en astillero…”
Abrazo de Gol, Leo Vega