Así como en su momento, Zidane reconoció que su hijo se llama Enzo porque Francescoli fue su ídolo le la niñez, Maradona, al inicio de su carrera, antes de cumplir los 18 y cuando todavía vivía su más pura inocencia, soltaba a los cuatro vientos su amor por Independiente y su admiración por el mejor y eterno número 10 de los Rojos de Avellaneda.
Un 25 de enero en Zarate, Provincia de Buenos Aires, nacía Ricardo Enrique Bochini, un hombre, que, con una gran demostración de sus habilidades, le enseño al mundo del fútbol, el día que ridiculizó a la Juventus en una final Intercontinental, de que el jugador tiene dos tipos de velocidades, la física y la mental.
Esa mágica noche en el mítico Estadio Olímpico de Roma, Independiente definía de visitante la gloria mundial, era la lucha del talento rioplatense, con la gambeta y la pared como armas principales, ante el gran poderío físico, el adelanto táctico y gran el profesionalismo europeo, eran épocas en las que se pelaba realmente con lo que cada equipo tenia y no, como hoy, con todo lo que puede comprar.
La Juventus, que representaba a Europa, ante la negativa del Ajax, aceptó jugar, pero con una condición, lo haría si se definía en un solo partido y debía ser en Italia, Independiente, el primer Rey de Copas, aceptó sin rechistar.
El 28 de noviembre de 1973 marcaba el joven almanaque, los italianos tenían a varios finalistas del mundial del 70’, Zoff en el arco, Marchetti y Gentile en la zaga y Altaffini, un genial número 10 de origen brasileño, sumados a un tal Roberto Bettega, amenazaban con 90 minutos casi de trámite.
Pero a diez minutos del final una doble pared con Bertoni, dejó a nuestro hombre, que había iniciado la jugada 30 metros más atrás, de cara a Dino. La distancia que lo separaba del arquero no permitía una maniobra extra, entonces, segundos después del grito de José Ma. Muñoz, de peligro de gol, la picó ante la salida del cancerbero y la mandó mansamente al fondo, casi con una caricia, porque le dolía golpearla, y emprendió la enloquecida carrera hacia el medio de la cancha en busca del abrazo de sus compañeros.
Así el mundo del fútbol, escuchaba por primera vez el nombre de Ricardo Enrique Bochini, el Bocha para sus amigos primero y más tarde para todos aquellos que lo amaron en toda América.
Quince años después en el viejo Cilindro, la cancha de Racing, ante el rival de todas las horas, hizo algo similar para definir el clásico y tuve la suerte de verlo, en vivo esta vez, gracias a aquellos años hermosos en los que me convertí en hijo adoptivo de aquella Argentina y novio oficial de la bella Buenos Aires.
Era un diez que podía ser el mejor asistidor, porque no la pasaba, la alcanzaba al pie, era el típico gambeteador desequilibrante por habilidad, o el cirujano que clavaba el bisturí a fondo para definir, con la misma frialdad que tiene este al operar, teniendo el cuidado de abrir el arco sin lastimar el balón.
Campeón de la Libertadores, gracias en gran parte a él, en cuatro oportunidades y dos veces del mundo de clubes, solo tenía como asignatura pendiente la gloria con su selección.
Cuentan los allegados al “Narigón” Entrenador, de que nuestro personaje estuvo en el equipo de Argentina campeón del Mundo en el 86’ a pedido expreso de Diego.
Ante Bélgica, el día que Maradona hizo el mismo gol del pie de Dios antes del recordado por todos, faltaban cinco minutos y Burruchaga le dejó su lugar, dice la historia que tres de las cuatro pelotas que recibió ese día se las dió Maradona.
Sueño cumplido por los dos, el pibe de Villa Fiorito había jugado con su ídolo de toda la vida nacido en Zarate.
Pasaron los año y Maradona, perdida ya la inocencia, le juraba amor eterno a otros colores y otros ídolos, pero los que peinamos canas nunca olvidaremos que Diego amaba al Maestro Bochini.
Todavía, la mayoría de aquellos que jugamos y los que vivieron como fanáticos, aquellos momentos de autoridad ejercida a través de la habilidad, donde América mandaba, recordarán el estribillo que cantaba cada juego la popular del viejo campeones de América, en la época que se escuchaba el tren pasar por detrás de la cancha y como queriendo ser también actor, metía de colado su ruido en la transmisión televisiva o radial, la canción popular decía así, “Solo le pido a Dios, que Bochini juegue para siempre, que juegue para Independiente, para toda la alegría de la gente”
El actual mundo del fútbol cuando pone en sus equipos históricos a los mejores, recurre casi automáticamente a los que triunfaron en Europa, pero estoy seguro que, de haber jugado en este tiempo, el Bocha hubiera sido el cuarto mosquetero del Barcelona de Pep.
“Dios salve al Primer Rey”
Abrazo de Gol, Leo Vega