El Parque Méndez Piana, es uno de los hermanos menores del Estadio Centenario, digo hermano porque queda al cruzar la calle del Monumento al fútbol mundial, es la cancha de Miramar Misiones, lugar donde nos vestíamos de corto en la época en que Carlos Salvador Bilardo comandaba tácticamente al Deportivo Cali.
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Una tarde, mientras terminábamos nuestro entrenamiento llegó el Doctor, andaba con su equipo en preparación para afrontar la Libertadores y le consultó a uno de nuestros grandes maestros, Lito Luzardo, si podía utilizar la cancha o jugar, aunque más fuera 30 minutos contra nosotros a modo de entrenamiento, ya habían trabajado físicamente en el hermoso Parque de los Aliados, que rodea al Estadio Centenario y necesitaba hacer fútbol.
Después de la respuesta positiva y antes del arranque del picado pasó por mi lado, miró el estado bastante deteriorado de la cancha, que tenía más tierra que grama, y me preguntó respondiéndose solo, ¿nene, como hacen para jugar en este campo?, claro, ahora me explicó cómo después van a Europa y son Gardel, “esto a mis pibes les va a servir un montón” agregó.
Ese era el Narigón, no los hizo entrenar en el Centenario donde tenía permiso, los trajo a una cancha que les iba a plantear un grado enorme de dificultad al tratar de controlar y manejar el balón, para que cuando entraran al escenario mayor sintieran la seguridad que da la comodidad de no tener que mirar donde va a picar la pelota, o fijarse donde pisan para no lesionarse.
Esta es solamente una sinopsis, de todas las cosas que utilizaba para fortalecer futbolísticamente, pero por sobre todo mentalmente al jugador.
Una mañana, cuando dirigía en la Argentina, hizo levantar a la seis de la mañana a sus jugadores y los citó en Constitución, terminal de ómnibus y colectivos donde se embarcaban cada mañana miles de madres y padres de familia, que sorteando la incomodidad de la madrugada y peleando con el tremendo rigor del frio invernal rioplatense salen a pelearse con la vida.
Quería que aprendieran que eran privilegiados por ser jugadores de fútbol, que se levantaban cuando calentaba el sol y que mucho antes de que el triste manto del frio cubriera la bella Buenos Aires, ya estarían calentitos y en la cama. Uso esta artimaña para alimentar el hambre de gloria, de querer ser, para poder tener un futuro mucho mejor al común ciudadano, de aprovechar esta oportunidad única que les daba el destino.
En su época de mediocampista fue lugarteniente de Zubeldia en el Estudiantes que abrió la puerta de la gran historia y heredó del gran maestro sus atributos, conjugándolos con la habilidad para convencer de un Doctor, que había dejado el guardapolvo blanco para ponerse el buzo de D.T y que se dedicó a estudiar de forma casi enfermiza todos los detalles del juego.
Fue campeón con Estudiantes de la Plata, donde increíblemente utilizaba solo un volante de marca, Fatiga Russo, y jugaba con dos de creación, el Bocha Ponce y Alejandro Sabella, era defensivo por sistema y no por las cualidades de pica piedra de su brillante mediocampo, todos trabajaban detrás de la línea del balón como obreros, sin importar el nombre ni el número que portaban.
Ese funcionamiento mecánicamente perfecto hizo que después del fracaso de la selección de Menotti en el mundial 82, Grondona fuera a buscar a un D T que vivía en las antípodas de los métodos y el gusto futbolístico del campeón del mundo en el 78’.
Don Julio entendió que se había agotado un proyecto, un estilo y un mensaje, que había que cambiar radicalmente para volver a alcanzar la gloria y no se equivocó.
Claro, tuvo en sus manos al mejor Maradona, no al Diego gris que llevó Menotti al mundial de España, pero estoy seguro que en eso también tuvo que ver, el funcionamiento defensivo y la agresividad que le dio Bilardo a la albiceleste, le otorgaron al “10” la posibilidad de hacer volar su magia sin temor a perder el balón.
Motivado por el gran antagonismo que había creado el periodismo con el Flaco, el Narigón exageraba las diferencias que los separaban y se transformada cada vez en más exigente desde lo táctico y obsesivo del trabajo, hasta el colmo de una vez estando concentrado para la Copa del mundo 86’, despertó a los defensores a las dos de la mañana, los llevó a la cancha y trabajó hasta que entendieron a la perfección sobre presión, coberturas, libero y stopper y remató con libero con dos stoppers, cosa que después utilizó en México y le sirvió no solo para innovar sino además y no es poco cosa, para ser campeón del mundo.
Fue junto a Beckenbauer, leyenda de Alemania y el mundo y Vittorio Pozzo, técnico italiano del 34’ y 38’, los únicos en poder jactarse de haber dirigido en dos finales mundialistas consecutivas.
Maestro de utilizar el reglamento hasta llevarlo al límite al servicio de sus intereses, seguidor de la doctrina inquebrantable de que ganar no es lo más importante, sino lo único que existe, dejó una escuela táctica que fue seguida inclusive en Europa, donde después del 86’ muchos lo imitaron.
Es sin duda un clásico del fútbol mundial, porque clásico es aquel personaje u obra que traspasan la barrera de los tiempos, marcan un estilo que será imitado y que permanecen en la memoria de los pueblos, en este caso futbolísticos.
Este 16 de marzo Carlos Salvador Bilardo cumplió 82 años, pero tácticamente después de su revolución nadie ha avanzado tanto, porque lo de Guardiola fueron variantes de ataque apoyadas en lo que habían dejado los holandeses en su paso por el Barça y en la riqueza técnica de sus hombres, pero no en sistemas defensivos innovadores, en eso el número uno sigue siendo, El Narigón.
Felicidades Doctor
Abrazo de marca personal
Leo Vega