El Barcelona viene de golpe en golpe. Esa dura realidad que desnudó la estrepitosa goleada frente al Bayern Munich en Champions, se hace presente en el día a día del equipo. Es por eso que los objetivos que alguna vez se cumplían casi de manera automática, ahora se hacen demasiado grandes para una institución que no se ha sabido comportar de acuerdo a su alcurnia.
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Cuando hablamos de objetivos, nos referimos no solo a los títulos sino también a la obligación que tiene el conjunto culé de estar en primera plana en todo sentido.
Al ganar en la cancha, se le debe sumar una buena administración, constante inyección de refuerzos, respeto por la historia y varias características que van acorde a la altura de uno de los equipos más reconocidos del mundo.
Últimamente ni en el campo de juego, donde además de no presentar la identidad Barca, tampoco consiguió título alguno, ni mucho menos detrás de los escritorios donde una fatal administración lo ha convertido en el hazmerreir del fútbol de élite.
Después de la interminable novela de Messi que concluyó con el argentino quedándose a regañadientes y exponiendo el malestar tras bambalinas, se esperaba como mínimo que antes del cierre del mercado de pases, se incorporará un central y un delantero aunque se sabía que las arcas casi vacías obligaban a vender o salir de alguien para reforzar el nuevo Barca de Koeman.
Pero lo que debió ser una vez más no fue y las últimas horas del cierre del mercado ratificaron el horrible momento del Barca al no poder vender a Dembélé y quedarse sin sus objetivos Eric García y Memphis Depay.
Triste realidad de un equipo que falla en todo sentido, que hace el ridículo a diario y que vuelve a depender de Messi aunque no lo quiere demostrar demasiado en la cancha.
Pese a que es claro que vivimos las últimas de Josep Bartomeu como presidente, el daño está hecho aunque muy seguramente el juego y los títulos seguirán tapando malos manejos.