Esta locución latina del poeta romano Juvenal y que expreso con sentido peyorativo para criticar a los políticos clientelistas, que buscaban votos con base en repartir comida barata y entretenimiento básico para intentar restarle con ello espíritu crítico a los ciudadanos, sigue de moda en este mundo convulsionado 22 siglos después.
El ejemplo más evidente hoy es Colombia, un país que en su presente histórico se debate en medio de desigualdades y casi en el abandono, agobiado por un gobierno hasta ahora incapaz, pero que sale con su presidente al frente en los medios a defender la realización de la Copa América de Selecciones.
Quiero mantener una línea recta y no tomar partido desde lo político intentando ver la fotografía real de la Colombia de hoy, que desde el pasado 28 de abril agita las calles y reclama igualdad, o al menos atención médica de la más básica, en un momento de pandemia crónica.
Nosotros, desde los Estados Unidos quizá tenemos un panorama diferente, aunque desde la distancia se sensibilizan nuestro orígenes. Aquí la vacunación marcha a velocidad de crucero y cerca de tres millones de personas diariamente se inoculan para atacar ese enemigo diminuto y asesino que hace año y medio atacó la Tierra y sigue cobrando vidas.
La visión nuestra desde la distancia es diferente. El ingreso per cápita, el poder adquisitivo, la recuperación del empleo, la economía resurgiendo y el optimismo en muchos que se evidencia por esas razones. Miramos a nuestros países y nos estrellamos con una realidad incontestable en todo sentido. No hay liderazgo eficaz y los intereses políticos se llevan por delante a la población desprotegida.
En Colombia el pueblo parece no aguantó y las protestas, primero pacíficas, se convirtieron en hordas de delincuencia organizada que aprovechan la protesta para desvirtuar el mensaje.
Desde afuera pareciera que Colombia se cae a pedazos y por eso sorprende que su primer mandatario salga a pedir Fútbol, cuando la situación no está dada desde lo social y menos desde lo económico.
Los intereses siempre defenderán el circo porque el círculo vicioso y reciclable de dirigentes muere por el dinero de un evento. Los contratos pagados, los derechos de tele vendidos, los hoteles reservados, los patrocinios acordados y lo más importante, el dinero por debajo de la mesa que circula en cada uno de estos certámenes y que deja a algunos con los bolsillos llenos.
¿Está Colombia de verdad lista en cerca de 32 días para organizar la Copa América? ¿O se va a realizar encima de los cadáveres de quienes protestaron y por encima de la necesidad de un país que tiene una de las más altas tasas de desempleo en la región (16.8% según el DANE), una economía peligrosa con pérdidas impresionantes y una salud sin respuestas porque no aparecen las vacunas que se necesitan?
Las cifras oficiales hablan de 2 millones 53,792 habitantes totalmente inmunizados de una población de más de 50 millones de Colombianos.
Insisto, ¿con estas cifras debe Colombia organizar un evento de la magnitud de la Copa América? Me causó gracia la respuesta del presidente cuando indicó que si Europa puede hacer la Eurocopa, ¿por qué Colombia no?
Sencillo Señor Presidente, porque sin ser perfectos los europeos son serios y sus protocolos, como su economía, son de primer mundo. No he visto a los alemanes recibir con banda de guerra y cámaras un avión con la caja gigante de vacunas.
Colombia no puede en este momento, según mi propio colega, Marden Devia, de la Cadena RCN, organizar siquiera los partidos del campeonato doméstico, no se puede hoy garantizar la seguridad de equipos visitantes de la Copa Libertadores de América. Es triste ver cómo deben viajar como niños huérfanos los conjuntos Colombianos solicitando localías en países como Perú, Ecuador o Paraguay.
Ése es el triste panorama social y deportivo de un país que se ha concentrado en sus polarizantes guerras de la mano de políticos egoístas y obtusos.
Quisiera equivocarme, pero creo que al final del día el Circo de Juvenal seguirá existiendo y, con el grito de “¡gol!”, los gobiernos seguirán cerrando la boca de las realidades y montando la cortina de humo a sus incapacidades.
Y a los inconformes solo una reflexión: cuando votamos por esos personajes no somos víctimas, somos cómplices.