Cada víspera de año nuevo y celebración de “Roberto Clemente Day” o cuando me topo con una imagen u objeto de colección no puede faltar que me transporte al pasado y revivo algunos de los momentos gloriosos del fenecido astro puertorriqueño Roberto Clemente, quien falleció trágicamente en un accidente aéreo el 31 de diciembre de 1972 mientras se disponía a llevar ayuda a una Nicaragua afectada por un devastador terremoto.
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Por unos breves instantes como una película veo sus triunfos en las Series Mundiales del 1960 y 1971, las atrapadas espectaculares, su poderoso brazo fusilando a un corredor en las bases y el momento que conecta su imparable número 3,000, entre otros.
Es como si lo hubisese visto jugar en persona cuando en realidad yo apenas tenía seis años cuando falleció. Sin embargo, mi padre y otros amistades que sí tuvieron la dicha de verlo jugar se encargaron de educarme sobre quién era Clemente, el gran pelotero, orgulloso de ser latino y puertorriqueño, y el ser humano.
Luego, años de anécdotas, libros, entrevistas y videos me ayudaron a completar la imagen de quién fue una leyenda, dentro y fuera del terreno.
Dentro del diamante Clemente fue un general y por eso está en el Salón de la Fama del Béisbol. Terminó con un promedio de por vida de .312 con 240 cuadrangulares y 1,305 carreras impulsadas en 18 temporadas con los Piratas. Además, consiguió cuatro títulos de bateo, 12 Guantes de Oro por su excelencia defensiva en el jardín derecho, un galardón de Jugador Más Valioso de la Liga Nacional (1966) y el Más Valioso de la Serie Mundial del 1971.
Y fue el undécimo pelotero en la historia en entrar al club de los 3,000 hits –quedándose justo en ese mágico número. Es como si los Dioses del béisbol le hubiesen otorgado el honor de recibir a los futuros miembros del club.
Sin embargo, el legado de Clemente no se resume en números. Es mucho más. Ayudó a abrirle las puertas a los latinos y fue un portavoz contra el discrimen existente en su época. Quién no recuerda a Clemente en plena entrevista por televisión nacional durante la celebración del título de la Serie Mundial del 1971 atreviéndose a hablar en español.
“En el día más grande de mi vida, para los nenes la bendición mía y que mis padres me echen la bendición”, fueron las palabras de Clemente en aquel entonces sin saber que ese momento se convertiría en inspiración para una futura generación de jovénes puertorriqueños y latinoamericanos que le siguieron los pasos.
Su legado también vive en el trabajo caritativo que dentro y fuera de Estados Unidos realizan los peloteros tanto en la ciudad donde juegan como en sus países. Por algo, las Grandes Ligas otorga anualmente el premio que lleva su nombre a un jugador entre 30 nominados -uno de cada equipo- que ejemplifica el valor de ayudar a otros.
“Cada vez que se tiene la oportunidad de hacer el bien y no se aprovecha, estamos desperdiciando nuestro tiempo en la Tierra”, dijo Clemente en una ocasión.
Son palabras sabias e inspiradoras del cuál todo ser humano debe tener presente en su diario vivir. Es lo que Clemente pensó aquel 31 de diciembre cuando decidió hacer el viaje a un país hermano en lugar de quedarse junto a los suyos en Puerto Rico para celebrar la llegada del año nuevo.
Por eso, su espíritu vive hoy día. Vive en Puerto Rico y en Pittsburgh donde aún lo idolatran, y también en cada jugador y persona que tiende su mano a ayudar a los necesitados, y en cada escuela y parque alrededor del mundo que lleva su nombre como recordatorio de su gran sacrificio.
Ese es el verdadero legado de Clemente.